miércoles, 4 de noviembre de 2009

Más alla del espejo - Joaquim Jordà


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"Yo, al mismo tiempo, en aquel momento y todavía ahora, ya no me veo en los espejos, por esta lesión cerebral. O sea, yo me veo de una manera rara en un espejo, no me identifico, puedo distanciarme mucho de la imagen que reflejo."


Joaquim Jordà

EL OTRO LADO DE LA REALIDAD

En la edición de los Premios Goya del 2007 la presencia del cineasta Joaquim Jordá gravitó por toda la ceremonia. Al menos en dos ocasiones apareció, pertrechado tras su entrañable sonrisa y como si de una inconveniente presencia se tratara, el retrato de Jordá. El que fue galardonado con el Premio Nacional de Cinematografía, a título póstumo, en el 2006, se dejó ver entre otros cadáveres exquisitos en el recordatorio a los fallecidos entre los dos últimos Goya. Y más en petit comité, apareció entre los nominados al mejor documental del año pasado. No hubo premio para Jordá esta vez, a fin de cuentas los Goya no están hechos para los auténticos cineastas, y era como si tras esa engalanada noche se pretendiera dar oportuna sepultura a uno de los más inquietos hombres de cine, uno de los márgenes más iconoclastas y heterodoxos que han surgido en las cinematografías catalana y española en las últimas décadas. Su trayectoria, asociada en un principio a la Escuela de Barcelona y terminada en un nuevo género de autor al que hemos convenido en llamar documentales de creación, aunque el propio Jordá no pareciera tener mucha adhesión a esta nomenclatura, quedará (incluso aunque ahora se instale el historicismo y el olvido) como uno de los mejores ejemplos fílmicos que han ocurrido por estos pagos en mucho tiempo.

Más allá de etiquetas, en Jordá siempre ha habido unas constantes que le han hecho ser uno de los puntales de los movimientos cinematográficos a los que en mayor o menor medida ha pertenecido, sin dejar de ser nunca un director preocupado por ofrecer una mirada enfrentada a la realidad que retratara. Lo que une a nivel formal su primerizo periodo asociado a la Escuela de Barcelona y sus últimos documentales es la voluntad de pulverizar toda frontera entre lo que es la ficción y la representación fiel de la realidad, con el uso de técnicas empleadas en el cine directo, el reportaje y el documental. Jordá ha sido desde siempre un cineasta que ha hecho del documental su primera herramienta, aunque nunca haya renunciado a la ficción para acercarse a la realidad cuando el cine directo se lo ha permitido. De igual manera que sus películas de argumento se dejan seducir por un trasfondo metacinematográfico que cuestiona constantemente lo real para darle su verdadera dimensión, aquella que nos habla de la realidad como materia manipulable que nos permita crecer y realizarnos para convertirnos en las personas que somos, y que a veces están aplastadas bajo los escombros de los hechos. Aquello que nos puede destruir puede venir de afuera, véase el capitalismo, la represión psiquiátrica, o una sociedad acomodaticia con su afán de normalizar, o bien podría venir de nuestro interior, ya sea la enfermedad o cualquier tipo de patología, pero en Jordá nunca hay una evitación del conflicto, nunca se ahorra una pena. Y eso sin caer en ninguno de los extremos de toda confrontación, esto es, ni en el triunfalismo ni en el victimismo.

Para Jordá, la batalla (individual o colectiva) contra todo aquello que desvirtúa nuestra libertad es lo que está en juego. Y su mirada sabe detenerse en el punto exacto donde el esfuerzo humano, pierda o gane, tiene significado existencial, o lo que es lo mismo, allí donde se va a pronunciar lo más valioso de nuestra existencia, nuestro más preciado humanismo. Luego éste puede aparecer y representarse en diferentes ámbitos, ya sea en el de lo político -Jordá es el cineasta que mejor ha sabido plasmar el potencial revolucionario que tuvo la Transición española, no desde luego en su versión oficial, sino en la manifestación de una sociedad que pergeñó unas más igualitarias relaciones sociales y que se vieron disminuidas con el paso del tiempo-, o en el plano más psicológico de nuestras vidas individuales, y que nunca pueden entenderse fuera de ese marco social que nos envuelve.

Todo este preámbulo es necesario para situarnos en esos dos documentos sobre los trastornos mentales que son probablemente lo mejor de Jordá, a saber, Monos como Becky (Mones com la Becky, co-dirigido por Nuria Villazán, 1999) y Más allá del espejo (Més enllà del mirall, 2006). Ambas tienen en común el presentar a los pacientes de estos trastornos psicológicos como las personas que son, evitando cualquier tipo de prejuicio científico, y mostrando el lado más humano del problema, el día a día de unos individuos que viven en un cuestionamiento básico y continuo de una realidad que va a tender a menospreciarles y arrinconarles dentro del aparente mundo de la normalidad. Lo que llevó a Jordá a hacer Monos... fue su historia personal a partir del infarto cerebral que sufrió en 1998 y que le convirtió en aléxico y agnósico visual. Desde ese momento, Jordá ya nunca se ha separado del tema y a lo largo de los años ha ido investigando y filmando su historia y las de otros para entablar su lucha personal contra lo que le pasó, y que le ha llevado, de manera parecida o diferente al de los otros sujetos retratados, a tener problemas de codificación y decodificación de imágenes.

Más allá del espejo es su canto del cisne. Jordá no pudo terminar el montaje final del documental, pero parece que en términos generales todo sigue lo que él tenía planeado. No podemos saber si el film tal y como nos ha llegado hubiera sido al cien por cien como lo hubiera dejado Jordá, pero creo que podemos convenir que lo que vemos está muy próximo a la mirada de este singular cineasta. El relato fílmico que se nos plantea sigue diversas historias de personas afectadas por lesiones cerebrales y los problemas de percepción de la realidad que les suponen, dentro de un baremo que va desde la gravedad de la pérdida completa de visión hasta las aristas más leves de la alexia. Sin embargo, todas y cada una de estas historias cuenta dentro del film para darnos la perspectiva global de la situación que se crea a raíz de la enfermedad, aunque las causas y las circunstancias sean diferentes entre sí y varíen de una persona a otra.

La estructura de todo el film queda definida, sin embargo, a partir de la figura central de uno de estos casos, la ejemplar trayectoria de Esther Chumillas, que pasó en unos pocos años de ser una persona impedida en un alto porcentaje a ser una persona independiente y capaz de una vida casi tan plena como la de una persona que no hubiera pasado por la enfermedad (en su caso provocada por una meningitis). El recorrido vital de esta joven le sirve a Jordá no sólo para mostrar el caso de una luchadora que con su resistencia y esfuerzo es capaz de darle la vuelta a su situación, sino que le permite el retrato de una persona en su cotidianeidad y en su búsqueda de una salidad a su conflicto. De hecho, todas y cada una de las mujeres que retrata son apuestas personales por superar las limitaciones y las duras consecuencias de sus respectivas patologías. La aproximación fílmica hacia estas diferentes historias convierte en personajes a estas personas, porque Jordá nos narra sus experiencias con un sentido final, el hecho de enfrentarse a su problema y de buscar lo valioso de esta experiencia. En una de las entrevistas a una de estas pacientes, Jordá le hace ver a su interlocutora que también la enfermedad le ha dado algo bueno, al hacerla consciente de la sensación de vulnerabilidad, un sentimiento al que ella se sentía ajena hasta entonces. Es el descubrimiento de lo que de verdad significa ser humano, precisamente con las emociones que nos hacen más débiles, más indefensos ante la vida. Por contra, Jordá se queja de haber perdido el miedo a la muerte y por consiguiente la sensación de todos los miedos, que son subsiguientes a éste, precisamente por lo que esto pueda suponer de merma de su humanidad.

La película, articulada a través de ese personaje medular que es Esther, va hilvanando un mensaje de alguna manera esperanzador. No hay que cejar en esa lucha diaria frente a la enfermedad, no dejar que nos gane la partida (el propio Jordá recurre conceptualmente a una partida de ajedrez para ilustrar esta perspectiva, lo que quizás le reste un tanto de fuerza a un relato que no necesitaba de tamaño accesorio), y tirar hacia delante, aún cuando cada historia tenga sus propias características que no hacen exportables las acciones particulares, pero sí al menos una actitud general. Lo cierto es que el propio Jordá, en tanto que sujeto de su narración, aparece como un enfermo ejemplar, pues su misma historia demuestra que es posible recuperarse hasta un cierto nivel si uno se empeña en esa recuperación. Y es en todo esto donde el Jordá cineasta nos da lo mejor de sí mismo y marca la diferencia con otros documentalistas que trabajan aquí y ahora, incluso de los más cercanos a Jordá, como podrían ser José Luis Guerín y Marc Recha. Quizás tendríamos que hablar de la renovación de la mirada que autores como Marcel Hanoun y Alain Cavalier han realizado en Francia. Porque Jordá se sumerge con Más allá del espejo en la realidad sin aceptar ninguna coartada intelectual o cultural (como Guerín o Recha estarían más tentados a hacer, y por eso la imaginería conceptual de la partida de ajedrez resulta totalmente prescindible), y se enfrenta con la desnuda mirada del cine a unas personas de carne y hueso a los que convierte en personajes de una narración sin perder nunca su fisonomía humana y su individualidad.

Al igual que tan sólo unos pocos cineastas actuales que están haciendo el film-diario, la crónica directa, que nos están ofreciendo el vuelo de una mirada desnuda y austera sobre su misma existencia y sobre su entorno más íntimo, para devolverle al cine su fuerza y su fragilidad, su capacidad de mostrar lo que de ficción tiene la realidad y lo que de verdad tiene el artificio, Jordá ha realizado con su último documental, con su filmografía también, un retrato sin conservantes ni colorantes de nosotros mismos, sin adulterar, idealizar o embellecer con esteticismos posmodernos lo mostrado. Al contrario, toda su habilidad quimérica se ha volcado sobre algo tan sencillo y cercano como son nuestros congéneres, además los más desfavorecidos, cotidianos o marginales. Para recordarnos una vez más quiénes somos, y tengamos conciencia de nuestras expectativas más auténticas. Si los reality-show, la publicidad, el oficialismo del lenguaje televisivo, el propagandismo ideológico, los diferentes proselitismos discursivos, la vacuidad del espectáculo comercial, etcétera, de tantos sistemas de representación audiovisuales, artísticos y literarios no son capaces de mostrar a un sólo ser humano, a una sóla persona, en su devenir existencial más humanamente absurdo, entonces un fragmento del cine de Jordá puede hacernos recordar al menos que somos hijos de la tierra, que aspiramos a un mundo más habitable y solidario, y que apenas nos tenemos a nosotros mismos para disfrutar de la vida, para apoyarnos ante las adversidades. Para terminar de alguna manera yo propongo este fragmento de Más allá del espejo: Yolanda, la mujer que se ha quedado ciega, se acerca al río que la hizo soñar cuando todavía veía, para que el sonido de su corriente le susurre al oído algo íntimo que le da vergüenza compartir con los otros. Dudo mucho que detrás de tanto ropaje mediático se pueda encontrar, a día de hoy, un momento cinematográfico más hermoso que éste.

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